Agua
En Deen Roof la anciana Iria
comienza a preocuparse, la joven Soraya está tardando demasiado en despertar.
Aquello ha de ser algo más que un simple desmayo por agotamiento. Lleva casi
dos días en aquel estado, ha intentado decir algo en una ocasión pero solo fueron
unos balbuceos durante unos segundos y volvió a caer. La chica está inquieta,
sus ojos no paran de moverse, por momentos su respiración es agitada, en otros
es normal.
Es
como si estuviese en un trance, como si se encontrase bajo una maldición o un
hechizo de control mental, pero por lo general la persona a la que se controla
está consciente, actúa de forma diferente, pero está consciente.
Iria
ha intentado todo lo que está en sus reducidos conocimientos mágicos para
devolver a la normalidad a la joven, pero todo ha sido en vano.
Soraya
avanza por un tortuoso camino, no está segura, pero le parece haber pasado por él
alguna vez, todo lo que la rodea está en penumbras, no es capaz de reconocer el
lugar, pero tiene la sensación de que le es familiar.
Se
detiene, quiere cerciorarse de que está en un lugar conocido, pero al pararse
todo a su alrededor cambia, ahora se encuentra en una ciudad, no podría decir
cual es, pero reconoce algunos edificios, y aquel callejón enfrente de ella le
es demasiado familiar. Lo observa detenidamente y cae en la cuenta del lugar en
el que se encuentra; cómo puede ser posible, eso está a mucha distancia, y si
no recuerda mal estaba en Deen Roof cuando se sintió mal.
Avanza
hacia el callejón lentamente, no hay nadie a la vista parece que la ciudad está
muerta. Cuando se está acercando escucha el sonido de unos pasos acelerados que
se acercan, y una respiración jadeante; intenta voltearse para ver quién o qué
es lo que se acerca a ella, pero sólo distingue una sombra que pasa a su lado
como una exhalación. Tras esa primera sombra otras cuatro casi pisando los
talones de la anterior.
Al
llegar a la entrada de aquel estrecho pasaje entre los edificios, no sale de su
asombro. Allí justo en medio del lugar se encuentra una muchacha tendida en el
suelo rodeada de cuatro chicos de su misma edad aproximadamente… al acercarse
un poco más se reconoce a sí misma hace tan solo unos diez años.
No
puede ser, sacude la cabeza, no puede estar viendo su pasado, atónita sigue mirando
la escena, inmóvil, desconcertada, quiere gritar pero las palabras no le salen.
Una
joven de unos quince años está en el suelo, muy asustada; rodeada de cuatro
chavales de más o menos su misma edad, y quieren algo que ella no está
dispuesta a darles, pero son más, y más fuertes; está agotada lleva corriendo,
intentando huir de ellos, varias horas, ya no puede más va a ser forzada…
-
Al fin eres nuestra maldita perra, pagarás los desaires que me has hecho – dice
el que está justo a su lado mientras se arrodilla poniendo sus manos en los
hombros de ella – y va a ser doloroso, no creas que disfruto de esto, pero tú
lo has querido.
-
¡Qué no disfrutas!, ya te he dicho cientos de veces que no me interesas, que me
olvides pero… sigues intentándolo… – dice ella con voz entrecortada intentando
deshacerse del agarre de aquel chico.
-
Claro que no estoy disfrutando de esto, es la primera vez que tengo que
recurrir a la violencia, todas han caído a mis pies, pero tú… tú… no puedo
permitir una mancha en mi orgullo y eso es lo que eres… – no pudo terminar de
hablar ella escupió su rostro, mientras daba una fuerte patada a otro de los
chicos, que caía de rodillas agarrándose, entre quejidos de dolor, sus partes
ya que había tenido la puntería de darle en la entrepierna –. Serás… lo vas a
lamentar desgraciada, buena para nada. Cogerla de los hombros, tú levanta, no
será para tanto y encárgate de que no pueda mover sus piernas, va a descubrir
lo que se ha estado perdiendo –. Dice mientras afloja el cinturón y se baja un poco
el pantalón.
-
¡Serás cabrón! ¡Qué no es para tanto! ¿Te han dado alguna vez en ese lugar? No
me jodas, si apenas puedo moverme – dice sobándose la entrepierna, con lágrimas
en los ojos y con la voz algo distorsionada – creo que me la ha roto, como no
la pueda poner dura otra vez la mato.
-
¡Vamos no exageres!, eso no se puede romper así como así, ¡y haz lo que te digo
de una vez! ardo por entrar en ella, no sé si será por la persecución, por sus
constantes rechazos y desaires, o por ser la primera vez que se me resiste una
mujer, pero estoy tan excitado que creo que me corro sin tocármela.
Dos
de los chicos ya la sujetan de los hombros manteniendo firmemente asidos los
brazos, el tercero apenas si puede arrastrarse hasta ella y sujetarle las
piernas abiertas al máximo, mientras su compañero, posicionado ante ella entre
sus piernas, le sube aquella especie de falda y le rompe la ropa interior
posicionándose lo mejor que puede para penetrarla, ya que ha de evitar que su
compañero le suelte las piernas.
Ella
grita por ayuda, intenta moverse pero le es imposible. La zona en la que se
encuentran no es muy frecuentada y casi nadie pasa por ella a esas horas, va a
ser forzada por aquellos indeseables y nadie la va a ayudar. Las lágrimas salen
incontenibles de sus ojos, la desesperación se apodera de ella, si tan solo su
hermano estuviese allí, si su hermano no hubiese desaparecido de aquella forma,
ahora podría estar allí con ella, ayudándola, dándole una paliza a aquellos
bellacos. Cerró los ojos fuertemente mientras sentía como él restregaba su
miembro contra su piel y poco a poco se iba acercando a su sexo, con los ojos
fuertemente cerrados sólo pudo musitar el nombre de su hermano seguido de un
sálvame.
Algo
en su interior comenzó a revelarse, no sabía muy bien que era, se sentía algo
extraña, de pronto escuchó una suave voz femenina en su mente.
-
Soy tu elemental, ¿vas a seguir manteniéndome dormida o quieres que te ayude?
-
¿Elemental?
-
Vamos Soraya, no pretenderás decirme que no sabes que eres una elemental de
agua.
-
Lo sé, uso hechizos relacionados con ella pero de ahí a decir que soy…
-
Quieres que te ayude ¿si o no? Solo has de decir mi nombre.
-
… – se sentía extraña no sabía que responder, aunque si quería evitar que
pasase algo debía aceptar, no sabía que pasaría luego pero estaba sintiendo
como aquel individuo empezaba a hacer fuerza en… no, no podía dejarle seguir
adelante. – ¡Wass!
Un
resplandor celeste la recubrió por completo sorprendiendo a los chicos, cuando
se quisieron dar cuenta el cuerpo que estaban sujetando, y que intentaban
violar, se había convertido en algo transparente, frío, era agua.
Los
que sujetaban sus brazos y hombros la soltaron de inmediato atónitos, no podían
creer lo que estaban viendo. El que había intentado penetrarla en primer lugar,
estaba sentado sobre sus talones mirando aquel cuerpo líquido que se erguía
ante él, imponente con unas curvas marcadas, unos pechos definidos, pero el
rostro… no había rostro, tan solo unos puntos de un azul tan intenso que
cegaban.
-
Bien, veo que aún la tienes dura, normalmente tras una sorpresa de este tipo
ningún hombre mantiene su herramienta erecta, se ve que eres especial.
-
¿Qué… qué demonios eres tú?; ¿cómo has hecho eso? Dime, quiero saberlo.
-
Ahora la sorprendida soy yo, ¡es que ni siquiera temes por tu vida!, estás ahí,
sentado en el suelo, con tus partes al aire, tus amigos están temblando del
miedo, y con todas quieres saber… vaya eres un tío interesante, y que los tiene
bien puestos, lástima que tenga que acabar con tu vida, no se puede permitir
que una escoria como tú esté por ahí haciendo lo que le venga en gana.
-
Haz lo que quieras, pero responde a mi pregunta, eres tan bella…
-
Wass, no dirás en serio lo de matarle, no quiero que muera nadie –. Habló
Soraya desde el interior de Wass, algo preocupada por el comentario de la
elemental.
-
Soraya no lo puedo creer, después de lo que han intentado hacerte…
-
No, Wass, no quiero arrebatar ninguna vida.
-
Está bien… lo que tú digas.
-
Ya respóndeme, quiero saber quién eres en realidad –. Quiso saber el muchacho
con tono impaciente.
-
Vaya un tío persistente – le da un fuerte golpe que lo levanta en el aire y lo
hace chocar contra uno de los muros del callejón; él escupe algo de sangre –.
Después de lo que has intentado hacer y sigues con ese tono de superioridad,
exigiendo una respuesta, no mereces vivir y ¿vas a merecer una respuesta?,
mírate aún la tienes dura, incluso diría que más que antes, parece que te gusta
que te zurren.
-
¡Arg! ¡Cof! ¡Cof! Y además es fuerte, ahora estoy aún más intrigado y excitado.
Y qué hay de malo en mi actitud, soy así – jadeó al incorporarse tras el golpe.
-
Saru déjalo ya y huyamos – dice uno de los chicos, mientras se incorpora e
intenta salir corriendo.
-
¿A dónde crees que vas? ¡Vamos a jugar un rato!, no era eso lo que queríais –. La
elemental con un simple gesto eleva una muralla de hielo que cierra el callejón
por ambos lados.
Tambaleante,
por el golpe recibido, se acerca a la elemental y se arrodilla ante ella. Los
otros tres están temblando, temen por sus vidas, y se asombran al ver a su
compañero arrodillado, jamás le habían visto así, por lo general eran los demás
los que acababan postrados ante él.
-
Déjales ir, ellos no tienen nada que ver, yo les induje a esto, no querían
venir y les obligué, además para terminar de convencerles les prometí que
podrían hacerlo por primera vez…
-
Mira que sois manipulables, os dicen de tener algo de sexo y ya no usáis la
cabeza, sois peores que los animales, no, es que no tenéis comparación –. Dice
pasando su mirada de Saru a los otros tres y de estos de nuevo a Saru –. Lo
siento vamos a divertirnos un rato, quiero que os quitéis las ropas, vamos.
-
Me niego –, dice uno de aquellos chicos negando con la cabeza – puedes hacer lo
que quieras pero no… – no pudo continuar un látigo de agua le golpeaba haciendo
que cayese al suelo, miró a sus compañeros y a Saru apretando los dientes
fuertemente y cerrando los puños, mientras, aún en el suelo, negaba con la
cabeza y algunas lágrimas empezaban a salir de sus ojos.
-
Os quiero postrados a mis pies, implorando por vuestras vidas y os quiero ya, y
completamente desnudos. ¿Lo habéis entendido?
-
Déjales ir, te lo ruego – imploró de nuevo Saru. La elemental le tomó del
cuello y le elevó hasta dejarle suspendido en el aire, el pantalón terminó por
bajar hasta quedar a la altura de los tobillos, su miembro aún seguía erecto y
goteante – no tienen nada que ver, déjales machar, yo soy el verdadero
culpable, mátame a mí si eso te satisface, pero ellos… – dijo ahogadamente. Ella
le lanzó de nuevo contra el muro dejándole casi inconciente.
-
Te diré quien soy. Pero después olvídame para siempre, soy Wass la elemental de
agua y estoy al servicio de Soraya Zero-Rezar, una maga elemental de agua.
¡Sueño frío! – exclamó y todos se vieron cubiertos por una especie de escarcha
y cayeron al suelo inconcientes. Saru, en cambio, tardó algo más – me hubiese
gustado que todos estuviesen desnudos para que cuando los encontraran pasasen
un mal rato y aprendiesen una lección.
La
elemental se desvaneció poco a poco, de igual forma el muro de hielo fue
desapareciendo. Soraya se acercó a Saru y con cuidado le colocó el pantalón en
su lugar.
-
Eres guapo, fuerte, valiente, buen amigo de tus amigos, no estás nada mal, pero
es tu actitud la que no me ha gustado nunca, alardeas demasiado, y yo busco
algo más que un caza trofeos, a mi se me conquista de otras formas más inteligentes
que con mera palabrería –. Susurró ante él y luego se marchó de allí, después
de lo sucedido debía dejar la ciudad y continuar su incansable búsqueda en otro
lugar, allí estaba convencida de que no le encontraría, aunque era una
verdadera lástima empezaba a sentirse a gusto en aquel lugar.
Aún
tardó una semana en marcharse, ya que debía preparar varias cosas entes de partir,
y en todo aquel tiempo no volvió a ver a ninguno de los chicos. Pero el último
día cuando salía de la ciudad, le encontró a él, estaba sentado en una roca,
cabizbajo y pensativo. Sus miradas se cruzaron, ella continuó sin decir nada,
simplemente le ignoró.
-
Espera… – pidió él.
-
Vamos Saru es que no sabes darte por vencido.
-
No es eso, lo siento, de veras lo siento, quería decírtelo en persona. Sé que
no merezco tu perdón, ya bastante hiciste controlándote el otro día…
-
Sabes, has sido muy insistente, nunca pensé que un hombre pudiese llegar tan
bajo, pero en el fondo eres buena persona, tal vez muy en el fondo –, agregó
esto con un deje de ironía – pero esa actitud tuya, es lo que nunca…
-
Lo sé, lo sé, no hace falta que lo repitas lo oí…, te entiendo, y espero que si
volvemos a encontrarnos pueda conquistarte como es debido –. Sonríe y se
levanta acercándose a ella. – Espero volver a verte algún día Soraya –. Se
acerca y le da un beso en la mejilla. Ella se sonroja e intenta darle un golpe
pero cuando se da cuenta, él ya no está, ha salido corriendo en dirección al
interior de la ciudad.
-
Maldito imbécil, será posible que realmente se haya enamorado de mí… no, no
puede ser es un incorregible, seguro que ahora está corriendo detrás de su
siguiente objetivo –. Murmuró mientras se alejaba. Lo que ella no pudo ver es
como él, oculto tras la esquina de una construcción, la veía alejarse y de sus
ojos caían dos hilos de lágrimas.
A
qué había venido recordar el momento en el que usó por primera vez a su elemental,
qué le estaba pasando.
De
pronto se dio cuenta que, cerca de ella, había una silueta masculina, intentó
llamar su atención, intentó acercarse pero era imposible. Lo probó varias veces
pero nada, al final lo único que había conseguido era estar casi frente a
aquella silueta, no podía ver un rostro ya que era como una sombra.
Su
sorpresa fue mayúscula cuando, después de acercarse un poco más, pudo ver
claramente unos ojos rojos como la sangre frente a ella, la visión fue fugaz,
fue un simple parpadeo, pero en ese instante sintió que aquella sombra que
estaba allí, no era otro sino su hermano, estaba cerca, si ambos estaban siendo
afectados por el mismo tipo de, cómo decirlo, magia, no podía asegurarlo,
aunque esa sería la única forma de estar en un mismo lugar o estado, ya que
ella no estaba segura de que era lo que le estaba pasando. Si ese era el caso, eso
aclaraba algunas cosas, como el hecho de haber visto lugares cercanos a Deen
Roof, como eran el páramo y la ciudadela.
Empezó
a atar cabos, en algún lugar de los vistos en esas visiones se encontraba su
hermano, no sabía si interpretarlo como una señal de auxilio o como otra
cosa.
Empezó
a ponerse más intranquila, mucho más nerviosa y cuando quería salir de ese
estado, se vio a si misma rodeada de los símbolos del fuego, del aire y de la
tierra los cuatro rodeando al círculo rojo que se torna oscuro, y eso qué
significaba ahora, esto no lo esperaba; que tenían que ver esos signos con
encontrar a su hermano, de pronto recordó que hacía poco, unas horas quizás,
había advertido el despertar de alguien y que había sentido la necesidad de
reunirse con él, ¿sería eso? ¿Sería posible que todo estuviese relacionado?
Todo
a su alrededor, aquel lugar de ensoñación en el que se encontraba, comenzó a
desvanecerse, podía escuchar una voz conocida que la llamaba, sonaba lejos pero
era audible. No entendía que estaba pasando, y cuando quiso darse cuenta la voz
era tan cercana que tuvo que abrir los ojos. Pesada y lentamente fue
abriéndolos, le costaba hacerlo, se sentía mareada y algo desorientada.
-
Gracias a los dioses, has despertado, me tenías muy preocupada – dijo con
alivio Iria.
-
¿Cuánto tiempo llevo aquí?, abuela – pudo preguntar aún algo aturdida.
-
Niña, llevas casi dos días así, te caíste redonda en la puerta de mi casa
mientras hablábamos, y déjame decirte que eso no fue por cansancio o lo que le
puede pasar a una mujer…
-
Lo sé… y creo que acabo de averiguar con qué está relacionado. ¡Ahh! mi cabeza,
todo me da vueltas.
-
Te traeré una infusión de hierbas –. La anciana salió de la habitación para
pocos minutos después llegar con un vaso humeante. – Tómatelo todo, te sentará
bien, puede que no tenga un sabor agradable pero…
-
Gracias – la interrumpió – no era mi intención molestarla de esta forma, solo
estaba de paso – tomó el vaso y dio un sorbo – ¡Argh! Sabe a demonios, que
diablos tiene esto para saber tan mal.
-
Es una mezcla de plantas silvestres, raíz de dragón, hoja de sapo, lirio de
pantano, entre otras…
-
Para, para si sigues diciéndome con lo que lo has hecho creo que voy a soltar
hasta la leche que me dio mi madre – cerró los ojos y de un trago bebió el
resto, su cara mostró una mueca de asco, incluso parecía que iba a
vomitar.
-
Está bien, pero ahora descansa, debes recuperarte si quieres encontrar a ese
apuesto príncipe que llevas tanto tiempo buscando –. Dijo con un tono de voz
algo socarrón.
-
No te equivoques, no es mi príncipe es algo más importante para mí, es mi
hermano… – suspiró dejando la frase sin terminar.
-
Vaya… lo siento no sabía nada… pensaba que…
-
Tranquila, no tiene porque disculparse.
-
Bueno anímate y descansa, mientras te preparo algo para que comas, ya, después,
si te sientes con más entusiasmo me podrías contar algo, tal vez yo podría
hacer algo…
-
No se preocupe, hace ya veintiún años que todo pasó, no suelo contar mucho
sobre eso, tampoco es que lo recuerde nítidamente, yo apenas tenía cuatro años…
– dijo bajando su mirada, intentando que no descubriera que mentía.
-
Está bien, no pasa nada, voy a preparar algo para que comas.
La
anciana se levantó lentamente y se alejó con una cadencia en el paso tan
parsimoniosa que parecía iba de procesión. Soraya en cambio quedó sumida en sus
recuerdos, le había mentido a aquella mujer; aunque tenía cuatro años, aquel
momento se había grabado a fuego en su memoria; jamás podría olvidar el momento
en que aquel extraño hombre encapuchado había aparecido en la puerta de la
cabaña y había exigido le entregasen al recién nacido. Tampoco podría olvidar
la sensación de poder y aquel hormigueo que recorrió su cuerpo cuando, mirando
a los ojos de su hermanito, se habían protegido de aquel ataque que intentaba
matarla a ella y a su madre. Aquellos ojos rojos estaban presentes en sus
pensamientos, en sus sueños. Y la risa de aquel hombre o demonio que se lo
había llevado, aún la tenía grabada en sus tímpanos.
Por
desgracia jamás pudo sacar a sus padres quien era aquel individuo, ya que al
parecer ellos le habían reconocido, y tampoco pudo encontrar pista alguna del
paradero de su hermano, algo si que era cierto sabía que estaba vivo. Quizás
incluso se habían cruzado en su interminable deambular, pero cómo reconocer a
alguien del que sólo se sabe que tiene los ojos rojos y el pelo negro, al que
sólo vio por unos minutos nada más nacer. Suspiró, estaba por perder la
esperanza de encontrarle alguna vez cuando había llegado a Deen Roof, y ahora
aquello que le acababa de suceder le daba nuevos bríos para seguir con la
búsqueda.
Una
hora había pasado desde que la anciana había salido, y a la habitación llegaba
el aroma de estofado recién preparado, sin poder evitarlo su estómago rugió. Poco
después la mujer apareció portando una bandeja con las viandas.
Comió
en silencio pensando cual sería su siguiente paso, estaba confusa todo lo que
estaba pasando la desconcertaba. Iria se estaba portando como una auténtica
abuela y tenía que agradecérselo de alguna forma, pero por el momento no sabía
como podría hacerlo.
La
tarde comenzaba, por la ventana de la habitación el aire templado entraba tímidamente,
en el cielo, de un azul intenso, se veían algunas nubes solitarias y de cuando
en cuando se podía ver algún ave o dragón.
El
bullicio de la calle de nuevo comenzaba, una vez la hora de la comida y del
descanso tras esta llegaba a su fin. Los primeros eran los niños que
correteaban alegremente y jugaban a cualquier cosa que se les ocurría para
poder matar el tiempo y divertirse. Los mayores regresaban a los puestos para
intercambiar o vender sus mercancías, otros se encaminaban a los campos de cultivo
cercanos.
Iria
había salido a comprar algo que le faltaba para preparar la cena, no tardaría
en regresar y, mientras ella esperaba sentada en la cama mirando por la
ventana, su mente divagaba.
Viendo
a aquellos niños despreocupados recordaba y pensaba como hubiese sido su
infancia si aquel niño, al que llamaron Thyeor, hubiese estado a su lado
haciendo travesuras, jugando, compartiendo secretos, en definitiva aprendiendo
de la vida, incluso, y después de haber revivido aquel momento en el que había
usado su poder de elemental por primera vez, ahora se preguntaba si aquellos
chicos se hubiesen atrevido a molestarla tanto si él hubiese estado allí,
incluso puede que hubiesen sido sus mejores amigos.
No
tenía caso ponerse a pensar en eso ahora…, algo en la calle llamó su atención
aunque algo alejado el sonido llegaba prácticamente nítido, era un sonido
bastante fuerte como de un gran grupo caminando al unísono, de vez en cuando se
escuchaban los gritos de los niños, algún que otro sollozo, quejas de adultos,
algo estaba sucediendo. La puerta de la casa se cerró de golpe y segundos
después aparecía Iria en la habitación agitada y cansada.
-
Niña… de… debes irte…
-
¿Irme?, pero ¿qué pasa?
-
Soraya debes salir de aquí, te están buscando…
-
¿Cómo dices?, ¿quién me busca?
-
Eso no importa, en tu estado… no, es mejor que salgas y te ocultes, son
demasiados. Esos hombres…
-
Iria, me estás asustando, ahora tranquilízate y dime qué pasa, luego ya
decidiré que hacer.
-
Hace como veinte minutos que ha entrado en el pueblo un grupo de unos quince
soldados, van preguntando a todos por una joven que más o menos coincide con tu
descripción, de momento nadie ha respondido, pero están comenzando a agredir a
las personas a las que interrogan.
-
¿Son humanos?
-
No lo podría asegurar…, creo que sí.
-
Bueno – dice mientras se incorpora y comienza a ponerse sus ropas – habrá que
salir a recibirles y preguntarles directamente que quieren.
-
Pero Soraya aún estás…
-
Estoy bien, no te preocupes, si me buscan a mí no voy a esconderme y que hagan
lo que les venga en gana con la gente del pueblo, creo que sabes como soy, no
puedo permitir eso –. Dice sonriéndole a la anciana y dándole un pequeño
apretón en el hombro –. No te preocupes no me pasará nada.
Soraya
sale de la casa y camina por la calle en dirección hacia donde provenía el
sonido del grupo. En pocos minutos los tiene a la vista, son quince individuos
con equipamiento de soldado; pantalón de cuero gris cubierto por una fina malla
de acero, el pecho cubierto por un pectoral de acero, bajo este un jubón, cuya
capucha les cubre la cabeza de tal forma que el rostro es casi invisible, por
eso decía Iria que no podía asegurar que fuesen humanos. Botas de cuero hasta
media pierna, y guanteletes de cuero con apliques metálicos cubrían sus
extremidades. En su espalda podían verse dos espadas cruzadas bajo un escudo
redondo. No se podía ver ninguna insignia por ningún lado, lo que quería decir
que eran mercenarios.
Qué
querrían unos mercenarios de ella. Se acercó al grupo, se colocó en medio de la
calle y a una distancia de unos diez metros les increpó.
-
¿Se puede saber qué hace un grupo de indeseables mercenarios molestando a los
habitantes de este pacífico pueblo? – la miraron en silencio, y el que parecía
ser el jefe se adelantó unos pasos.
-
Puede que buscándote, la descripción que nos dieron se ajusta contigo, eres
Soraya, ¿no es así?
-
Pero si sabe hablar educadamente – dice provocadora – soy Soraya, se puede
saber para qué me buscáis y quién manda buscarme.
-
Pues a lo primero respondo diciendo que tenemos ordenes de matarte, a lo
segundo no se me permite decir quien es el que desea verte bajo tierra.
-
¿Matarme? y ¿por qué?
-
Eso no lo sé, simplemente cumplo órdenes, claro por una buena suma de monedas,
no me gusta enfrentarme a magos son… cómo decirlo – dice con una sonrisa
burlona y rascándose tras la oreja derecha – algo más complicados de eliminar
que el resto, no lo tomes como una ofensa, pero sois un verdadero incordio.
-
¡Ah! Vaya, pues que sepas que no me dejo ofender por carroñeros como vosotros,
que ni siquiera se interesan por… bueno sólo tenéis un interés en mente, el
oro.
-
¿Y es que acaso hay algo más de lo que preocuparse? – Dice mientras hace unas
señas, en segundos el grupo está colocado y sin darle tiempo a replicar, Soraya
ve como varias flechas se dirigen a ella.
Parece
que no queda más remedio, van en serio, tendrá que luchar. Da un par de saltos
hacia atrás y esquiva sin grandes dificultades las flechas. Aunque tras la
primera oleada se acerca una segunda, y aunque es rápida y bastante ágil un par
de aquellas saetas la rozan una en la pierna, la otra en un costado.
La
sequedad del ambiente no es la más propicia para usar los hechizos de agua,
pero tiene que defenderse no va a dejar que la maten allí. Con un ligero gesto
y mormurando el hechizo correspondiente en su mano aparece un látigo
blanquecino.
Durante
unos quince minutos pelean de esta forma, ella usando aquel látigo acuático,
que lanza contra el grupo de soldados manteniéndolos algo alejados, ellos por
su parte continúan lanzando flechas y algún dardo. Han conseguido herirla en un
par de ocasiones, un dardo se clavó en la pierna derecha, y seguro con algún
tipo de veneno o paralizante, ya que siente la pierna entumecida y le cuesta
moverla. La segunda herida es algo más profunda de lo que esperaba, una flecha
se ha clavado en su hombro, dejándole el brazo derecho prácticamente inmóvil.
Al
verla en este estado espada en mano dos de aquellos soldados se acercan a ella.
Intenta mantenerlos alejados lanzándoles agujas de hielo pero no parecen surtir
el efecto deseado, si tan sólo uno de aquellos soldados logra acercarse lo
suficiente para usar su espada, estará perdida.
En
un descuido, el que se acerca por su derecha le lanza una estocada que logra
esquivar por milímetros, el otro se acerca raudo y da un tajo ascendente que le
rasga la blusa dejando entrever parte de sus senos.
La
situación se le está escapando de las manos y al ver que un nuevo enemigo se
acerca de inmediato piensa en lo peor.
Intenta
alejarse un poco para poder pensar en su siguiente movimiento, pero no le van a
dejar espacio, el resto del grupo está tomando posiciones de forma que la están
dejando rodeada, pero en qué momento han hecho eso, si hasta hace unos minutos
todos estaban reunidos frente a ella, sacude su cabeza y cierra los ojos un
segundo para aclarar lo que sucede. Al abrirlos ve como el grupo que ella había
tenido siempre enfrente se desvanecía, era una ilusión, la habían engañado,
estaba claro si no hacía algo rápido no iba a vivir lo suficiente como para
encontrar a su hermano.
-
¡Agujas congelar! – una lluvia de agujas de hielo comenzaron a caer, al tocar
el suelo este comenzaba a cubrirse de escarcha y a congelarse.
-
Eso no te servirá de nada estamos muy cerca de ti, ve dándote por vencida y no
opongas resistencia, será menos doloroso así, te lo puedo asegurar.
-
… – así que me de por vencida, pensó mirándole fijamente a los ojos, vosotros
lo habéis querido usaré al elemental. En el momento que se movía retirándose
del enemigo más cercano y se preparaba para llamar al elemental, una de
aquellas espadas se clavaba en su abdomen –. ¡Ah! ¡Maldito seas! ¡Hielo! –.
Exclamó con una mueca de dolor en el rostro, tocando el arma que aún se
encontraba clavada en su cuerpo. Ésta comenzó a congelarse obligando al soldado
a soltarla –. ¡Wass! –. Dijo casi en un susurro llena de dolor, en segundos
ante aquellos sorprendidos soldados se transformó en la elemental de agua –. Soraya
no debiste tardar tanto en llamarme, estas heridas van a tardar en curar – dijo
la elemental, luego cambiando el tono de voz a uno más seco – Vaya, vaya
soldaditos de plomo para jugar, y que mal educados llevan el rostro cubierto, a
ver como podemos remediar eso, ¡Ventisca! – a su alrededor se formó un viento
helado que con un solo movimiento de la mano recorrió el lugar, los dos que
estaban ante ella no pudieron evitar que la capucha, que cubría su cabeza, se
elevara por el frío viento, dejando al descubierto su rostro, a la vez que las
ropas quedaban cubiertas de escarcha. – Así que sois humanos.
-
Eso ahora es lo de menos, ¡MUERE! – Gritó como poseído y se abalanzó contra
ella. De un certero tajo le cercenó el brazo izquierdo, que cayó al suelo
deshaciéndose en un charco de líquido –. ¡Pero que rayos!
-
Vuestros juguetitos no pueden hacerme nada, a no ser que sean especiales, ¿olvidáis
que soy una elemental? – el brazo amputado resurgía de nuevo en su lugar, como
si no hubiese pasado nada. Una lluvia de flechas llegaba y atravesaban el
cuerpo, a excepción de una que quedó clavada entre los ojos de la elemental –.
Es que no lo entendéis, cómo pretendéis cortar el agua, y flechas para qué, no
veis que es inútil. Sólo aquellas armas fabricadas con metal especial, o que
han recibido los hechizos adecuados pueden causar daño a un elemental –.
Mientras decía esto la flecha que estaba en su entrecejo había ido
introduciéndose lentamente, a la vez iba bajando, poco a poco se deslizaba
hasta caer al suelo.
-
No importa las veces que tenga que despedazarte, conseguiré acabar contigo –.
De nuevo a la carga, dando varios tajos, pero tan pronto el metal dejaba de
hacer contacto con el agua que formaba su cuerpo, ambas partes volvían a
unirse.
Desde
atrás se acercó el que parecía ser el jefe del grupo, lentamente con una
sonrisa en el rostro. En su mano portaba una espada negra, recubierta de un
leve resplandor verdoso. Se posicionó para atacar y sin mediar palabra y
aprovechando que ella estaba concentrada en los ataques inútiles de uno de sus
subordinados, atacó con furia, dando un fuerte salto y abatiendo la espada
verticalmente. La espada tocó el hombro derecho y empezó a cortar, el vapor
surgía del cuerpo de la elemental; cuando la espada salió a la altura de la
axila el brazo se desprendió cayendo al suelo sin deshacerse. El jefe del grupo
en ese momento soltó una fuerte carcajada.
-
Has hablado de más elemental, gracias por recordarme las habilidades especiales
de mi arma – dijo entre risas, mirándola, en su rostro se podía ver la victoria
–. Creo que va a ser más fácil de lo que pensaba.
-
Aún no des por ganada la batalla, eso puede ser un gran error. ¡Aliento gélido!
– un aire frío en el que flotaban partículas de hielo empezó a surgir, la
intensidad se iba incrementando y el lugar al completo se estaba viendo
cubierto por escarcha, las plantas cercanas se deshacían en cristales, todo lo
que aquel aire tocaba se estaba congelando al instante y segundos después se
despedazaba. Los soldados de forma ágil y rápida se separaron lo suficiente
como para evitar la primera ola de aire, la segunda les dejó ateridos del frío,
pero habían salvado sus vidas.
-
Buen intento, pero creo que ahora me toca a mí y con este ataque acabaré
contigo –. Algo torpe por el entumecimiento causado por el frío, el soldado se
acerca a ella arma en mano, dispuesto a decapitarla.
El
ambiente había cambiado, ahora es prácticamente el del invierno más frío de la
región, todo está cubierto de escarcha o hielo, la calle, los jardines, incluso
algunos huertos y algunas casas de aquella zona están congeladas, todo en un
radio de más de medio kilómetro está cubierto por un manto frío.
Ella
se aleja un poco, le ataca con el látigo, pero él lo corta con facilidad, le
ataca con agujas de hielo pero las evita al hacer girar la espada. Poco a poco
se va acercando, y los otros como queriendo evitar que vuelva a poner distancia
entre su jefe y ella se acercan rodeándola estrechando el cerco.
-
No me queda más remedio –, dirigiendo su mano hacia el enemigo más cercano a su
izquierda –, lo siento Soraya pero he de hacerlo, ¡Abrasa hielo eterno! – una
ráfaga de cristales diminutos sale disparada hacia el enemigo, al tocarle lo
convierte en hielo al instante, explotando en cientos de pedazos. De un rápido
movimiento alcanza a tres soldados más que se hacen añicos en un parpadeo. Ha
dejado, de esta forma, un hueco por el que poder moverse y alejarse del más
peligroso de todos, aquel que porta la espada anti-elementales.
-
Vaya así que aún te quedaba un as bajo la manga, tendré que darme algo más de
prisa si no quiero perder más subalternos –. Dicho esto, con tono sarcástico
comienza a correr, al parecer recuperado del estado de frío anterior. Ella da
un par de volteretas hacia atrás y se prepara para el siguiente hechizo.
-
Con este acabaré contigo de una vez, ya que todavía me quedan unas cuantas
sorpresas –. Le mira algo preocupada, no está segura que en movimiento el
hechizo sea efectivo, pero lo realizará de todas formas –. ¡Hielo eterno,
muerte blanca!
El
torrente de agua choca bruscamente con el objetivo en movimiento, y al igual
que una sábana que cubre el obstáculo al chocar empujada por el viento, el agua
rodea de una sola vez al soldado. En pocos segundos el sarcófago de hielo rodea
aquel cuerpo, en cuyo rostro se refleja la sorpresa. La espada que estuvo a
punto de segar su vida ahora está prisionera junto a su dueño por la eternidad
en aquel frío sarcófago.
El
resto del grupo al ver que su cabecilla ha sido derrotado, y que cuatro de sus
compañeros fueron convertidos en añicos con un solo movimiento, sueltan sus armas
y se arrodillan implorando por sus vidas.
Ella
se adelanta unos pasos, y sabedora de que ahora tiene superioridad absoluta,
alza el brazo para realizar el conjuro que acabe con todos ellos de una vez.
-
No, no lo hagas, que se vayan.
-
Pero Soraya regresarán y sabiendo lo que saben ahora, volverán con armas
capaces de…
-
No quiero que mates a nadie más, ¿entendido? – habló Soraya con la voz rota por
el malestar.
-
No lo entiendes si dicen lo de la espada…
-
Lo sé, pero en parte tu tienes la culpa, te has olvidado que estás luchando y
hablas de lo que no debes, pero ya debes saber como soy no quiero más muertes.
-
Está bien –, dijo dándose por vencida no podía evitar que su portadora fuera
tan indulgente –, pueden irse, desaparezcan de mi vista antes de que cambie de
opinión –. Dijo con tono severo.
-
Total moriremos si regresamos, así que da lo mismo que lo hagas tú – habló
entre dientes uno de los soldados, mientras el resto se incorporaban
lentamente, y completamente abatidos no sabían que hacer.
La
elemental comenzó a desvanecerse. Soraya cayó al suelo agotada, sus heridas
estaban cerradas, ninguna sangraba, pero cualquier esfuerzo o movimiento brusco
las abriría de nuevo.
Los
soldados, en pie, esperaban que alguien tomase la iniciativa de qué hacer a continuación,
algunos se les notaba asustados, preocupados, incluso lloraban.
Por
la calle se acercaba un soldado, estaba intacto; al resto se le veían las ropas
húmedas y rasgadas en algunos lugares, pequeños cortes en cara y brazos. Pero
aquel se acercaba altivo, como si ya supiese lo que iba a suceder y se hubiese
quedado rezagado a posta, venía sin la capucha, y en su rostro se dibujaba una
leve sonrisa.
-
Os lo advertí y no me hicisteis caso, sabiendo lo que os conté cómo pudisteis
aceptar el encargo de matarla – les mira despectivo y poco a poco se va
acercando a Soraya.
-
No hables con superioridad ni siquiera has intentado atacar y ahora…
-
Yo ya me he enfrentado a ella, y en varias ocasiones, os lo dije.
-
Si pero el jefe…
-
Y ahora está muerto, de qué sirve eso, es mejor no enfrentarse a ella, yo lo
aprendí, casi me cuesta la vida –. Se detiene junto a la chica, y ésta al verle
no sale de su asombro.
-
¡Esa voz!, no, no puede ser, ¡Saru! Tú otra vez, no me dirás que esto ha sido
cosa tuya.
-
No, yo ya aprendí la lección, recuerdas nuestro último encuentro, por si no lo
recuerdas mira esto – dice levantándose la camisa, justo a la altura de la
última costilla se puede ver una gran cicatriz – si no me hubieses dejado cerca
de alguien que atendiese esto, ahora no estaría aquí.
-
De qué hablas yo no hice nada, te dejé por muerto en aquel lugar era lo que te
merecías ¡Canalla!
-
Di lo que quieras, pero la persona que me cuido y curó el desastre que hiciste
en mi cuerpo me dijo que una joven me había dejado en su puerta y que había
pedido que me salvase. No lo niegues es algo innato en ti, no puedes dejar
morir a nadie y evitas en lo posible matar.
-
Es que no aprendes, te he perdonado la vida varias veces y tu sigues, es que
no…
-
Oye, que esto no es cosa mía, te quieren muerta por estar relacionada con los
Hijos del Eclipse – le espeta de golpe, mientras se agacha y la toma en brazos
– ¿tienes un lugar dónde puedas descansar un rato y en el que te puedan mirar
esas heridas? – pregunta mirándola con una sonrisa en el rostro, espera respuesta,
pero ella se queda en silencio algo sonrojada –. Di algo, no voy a estar
contigo en brazos todo el día.
-
Si, hay una anciana con la que tengo amistad, quizás ella pueda…
-
Bien, vamos allá, y vosotros no os quedéis ahí como estatuas, ir al campamento
y esperadme allí.
Todos
recogen sus armas, algo sorprendidos por la actitud de aquel personaje, que por
otro lado ha sido el último en incorporarse al grupo, pero que parece tener más
dotes de mando que cualquiera de los que allí se encuentran, incluso es mejor
que su desaparecido jefe.
Saru
camina con la muchacha en brazos en la dirección que ésta le ha indicado, van
en silencio, ninguno se dirige la palabra, tampoco sabrían que decirse; desde
aquel primer encuentro violento en aquel callejón, sus caminos se habían
cruzado de forma similar dos veces más, en ambas la derrota había sido
aplastante. Incluso en la última no supo controlarse y le atravesó el cuerpo
con una lanza de hielo, si no hubiese sido por aquella mujer que tenía
conocimientos de sanación mágica habría muerto. Y ahora allí estaban los dos de
nuevo, pero esta vez el que iba en brazos no era él sino ella.
Al
llegar a la casa de Iria, la anciana se sobresaltó al ver el estado de la joven
y de inmediato se preparó para lo peor.
-
Niña, te dije que te escondieses, aún no estabas completamente recuperada…
-
Pues si lo llega a estar acaba con todos de un solo golpe, no se preocupe
señora, es más fuerte de lo que aparenta – dijo Saru en tono tranquilizador –
pero es cierto que fue algo imprudente, es la primera vez que la veo tan
maltrecha.
-
Ya, dejar de meteros conmigo… – una mueca de dolor se dibuja en su rostro –
puedes darme algo para este dolor, ese maldito con su estocada casi acaba
conmigo.
-
Puedes dejarla sobre esa cama, intentaré regenerar lo más posible sus heridas, aunque
le llevará un par de días sentirse de nuevo en plena forma – dijo mirando a Saru
y señalándole una habitación. Éste se dirigió a ella y la dejó sobre el lecho –.
Nos puedes dejar a solas, por favor.
-
Por supuesto, volveré más tarde para ver como ha ido todo.
-
No te molestes, no somos amigos ni nada, como para que te preocupes por mí.
-
¡Que cruel! Pensé que tras tanto tiempo enfrentándonos tendríamos una relación
parecida a la amistad.
-
Ya cállate y lárgate – gritó girando su rostro para no dejarle ver la sonrisa
que se dibujaba en su cara, aunque fuese así y no pensase más que en
conquistarla a como diese lugar y aún no terminase de cambiar aquella actitud
que tanto la había disgustado al conocerle, en el fondo ese chico comenzaba a
interesarle.
Él
sacudió la cabeza, suspiró y salió de la habitación encaminándose a la calle,
cerrando la puerta principal tras de sí. La anciana sonrió al ver las
reacciones de ambos y comenzó a desvestir a la chica para atender sus heridas.
-
Parece que entre vosotros dos hay algo ¿no?
-
¡Pero qué dice!, ¿cómo se le ocurre tal disparate? – dijo ella sonrojándose
levemente.
-
Si, si, lo que tú digas – respondió con una sonrisa en el rostro mientras sus
manos se envolvían de un fulgor violáceo y comenzaba a regenerar los daños que
tenía –. Veo que tu elemental hizo algo para evitar males mayores, esto será de
ayuda, así tardaré menos.
-
Perdón de nuevo por las molestias, no sé qué es lo que pasa… y se supone que
esos tíos querían eliminarme por estar relacionada con no sé que del eclipse.
-¿Los
Hijos del Eclipse?
-
Si, eso mismo.
-
Niña, si quieren evitar que te reúnas con ellos debes ir con cuidado. Por lo
que sé al menos uno está cerca, le conozco es un buen hombre, un excelente médico,
vive en la ciudadela de Lennut, debes ir allí lo antes posible. Aunque no estés
en condiciones de viajar… pero en ese caso, ese muchacho puede acompañarte…
-
Pero ¡qué cosas se le ocurren!, acompañarme Saru, al primer descuido intentaría
propasarse conmigo, y por otro lado ¿qué tengo yo que ver con esos hijos del
eclipse?
-
Soraya ¿conoces la leyenda de los nacidos durante el eclipse de la luna roja? –
ella asintió – entonces poco hay que contar, eres elemental de agua, si estás
relacionada con ellos quiere decir que eres uno de los elementos guardianes, si
os están persiguiendo, ya que supongo que irán detrás de los otros, quiere
decir que quieren conseguir el poder que poseen, o que van tras algo más. Si
los elementos no guardan al eclipse… bueno mejor que lo descubras cuando te
reúnas con ellos.
-
Ahora que lo dices, mientras estaba… bueno digamos que indispuesta, sentí que
alguien me llamaba, que teníamos que reunirnos, sentí como el poder del aire
despertaba, vi los símbolos elementales girando entorno de la señal del
eclipse, pero… eso fue tan fugaz que pensé que era algo descabellado, que no
tenía que ver conmigo. Pero…
-
Pero es lo contrario, hay mucho en juego. Mañana mismo debes partir a Lennut,
ese muchacho te acompañará para que no te pase nada, no, no estaré tranquila si
no va contigo – la atajó al ver que iba a replicar – no deberás usar tus
poderes durante un par de días o de lo contrario podrías tener problemas.
La
conversación quedó zanjada con las palabras de Iria, ya que el tono utilizado en
la última frase denotaba que ella no estaba para réplicas, ni aceptaría una
negativa. La anciana continuó regenerando lo mejor que pudo las distintas
laceraciones casi por dos horas, agotada se encaminó a la cocina y regresó con
algo de comida.
Luego
se retiró a descansar, había hecho un gran esfuerzo para conseguir regenerar
las lesiones, y a su edad no era cosa de gastar demasiada energía en grandes
regeneraciones…, pero aquella muchacha, no, aquella mujer, era como una nieta para
ella, en el tiempo que hacía que la conocía le había cogido cariño, y por ella
era capaz de hacer una verdadera locura, como la que acababa de hacer.
Se
tumbó en la cama y cerró los ojos, respirando lentamente. Su cuerpo estaba
rendido, pesado. Su pecho dolía, incluso más de lo normal, sabía que su hora
estaba llegando, esperaba que la muchacha comprendiera por qué lo había hecho.
Su respiración era cada vez más pausada, se estaba quedando adormecida. Poco
después dejó de respirar, en su rostro había dibujada una sonrisa y tenía una
expresión de placidez, de satisfacción por algo bien hecho.
A
la mañana siguiente Soraya quiso compensar el esfuerzo que Iria había
realizado, así que comenzó a preparar el desayuno con todo el amor que pudo
poner en el. Al terminar se acercó a la habitación, llamó a la puerta, silencio,
repitió el llamado, pero de nuevo no hubo respuesta. Algo intranquila la abrió
y encontró a la mujer inmóvil con aquel rostro de felicidad. Temiendo lo que
pasaba se acercó y le tomó la mano, estaba fría, rígida…, estaba… muerta. Las
lágrimas afloraron a sus ojos y comenzaron a caer imparables.
Había
muerto por… por ayudarla a ella, las lágrimas corrían por sus mejillas de forma
incontenible. Solo podía hacer una cosa, proporcionarle el mejor de los
féretros.
Salió
de la casa y en el pequeño jardín lateral recogió unas rosas blancas que
comenzaban a desplegar sus pétalos y unos lilium de color carmesí, regresando
al interior.
Buscó
otras ropas y la vistió con un traje blanco con pequeños bordados en azul
celeste y oro, peinó los blancos cabellos, puso una rosa en sus manos y el
resto en un jarrón a su lado. Cuando hubo terminado llamó a su elemental, y
desoyendo la petición de Iria, de no usar sus poderes en un par de días, creó
un sarcófago de hielo eterno que conservaría intacto el cuerpo de la mujer que
había sido como una abuela para ella cada vez que había visitado Deen Roof.
Cuando
salía de la casa dolorida por hacer uso del elemental en su estado y con las
lágrimas en su rostro, Saru se acercaba a la casa. Hablaron por un momento,
ella le informó de lo sucedido, y ambos fueron hasta donde se encontraba el
regente del lugar a informar. Hecho lo cual ella partió en dirección a la
ciudadela, aunque no pudo evitar que Saru la acompañase, ya que la veía triste,
decaída, incluso algo cansada.